Que bueno es volver al barrio
y notar que poco ha cambiado.
Marito sigue, junto a su madre,
en la única casa de alto
que había, hace tiempo,
en mi cuadra.
El Pablo, en el pasillo de en frente,
vive con su compañero de siempre,
su papá, y aun caminan juntos
cuando el sol y el calor amainan.
Y mi vieja, como el patio,
como el jazmín moribundo,
como la llamada que no hago,
me espera cada verano.
Mi barrio y mi calle, como yo,
tienen nostalgia de adoquines bajo el asfalto.
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