sábado, 19 de enero de 2008

Extranjería y extrañamiento

Me llaman extranjero un sucio Mapocho, la blanca Virgen desde la altura y la elegante Avenida Providencia.

El vendedor de completos del paradero diecinueve de Vicuña me confunde uruguayo y hasta me convida mate. Mendocino me llama la casera de la feria de los miércoles. Argentino, acierta la señora de los motes heladitos de Ahumada y Compañía.

Más acá, en el rincón izquierdo del sentimiento, me devuelven identidad y me confirman "Los orilleros" en la calle San Diego, que me gritan "a vos te junamos, llevános che". Cerca, en un puesto de Parque Almagro, Lalo me sorprende y me recuerda que hay otro cielo, que es diáfano y auriazul, el de Aldo Pedro, paloma y gloria, Walter y el General.

Dominguera, matinal y siempre puntual "La Yumba" de Radio Nacional, me evoca nostalgia de mi barrio con olor y nombre de tango: Caferatta. Y se abre un cajón (esos en que la memoria polvorienta se archiva) que me obsequia recuerdos de aquel bar de Rosario en la esquina de los muchachos de ayer y los amigos de siempre. Aroma a café, nostalgia por mentirosos "trucos" y a interminables disputas entre canallas y leprosos.

Tu blanquísima corona de cerros sabe, estoy persuadido, de mi extrañamiento de aires buenos de llanura ribereña, de pampa y río Paraná, de trigales rubios y agua mansa marrón profunda, de inmensidad sobre inmensidad, de interminables veranos y saturante humedad, de frescor de verdes islas y de siestas sobre arena impalpable bajo la hilachenta sobra de un timbó isleño.

Tu "ya po", tu insaciable orden, tu gastronómica manía por las cazuelas, tus micros uniformadas, tus sopaipillas pasadas en las noches de fría garúa y mi cédula a cada rato me lo recuerdan: ¡Extranjero!

Así es y seguirá siendo. Pero que más da, si el santiaguino cuerpo de mi mujer y la chilena e invencible sonrisa de mi hija me hacen saber en casa.

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